lunes, 7 de mayo de 2012

El jardinero recogió el lamento del enamorado, gritado a trazos azulados, abandonado en la esquina pétrea de aquel rincón: "Allí he dejado mi alegría por saberte cerca; dormida, acariciada por tus sábanas, en un sueño profundo en el que probablemente anduviesen mis ojos diciéndote que te añoro."
Al fondo luces del alba arrancaban la oscuridad del Madrid silueteado por sus edificios; rocío de la falda del Abantos traían hasta él los olores de la  piel deseada por el amante. Los cantos de los pájaros mañaneros vindicaban la sonrisa extensa del jardinero al verse reflejado en ese pequeño trozo de papel  

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